Gala Garrido sobre sus procesos creativos: “lo que me va pidiendo la expresión lo voy haciendo. Un día escribir, otro fotografiar, otro preparar clases. Me muevo en círculos, por temas. Es importante para mí lo sensorial, lo subjetivo, percibir imágenes, secuencias, olores, asociaciones, redes. Siempre he sido así”.

Vidas de la ONG (y III)

1 • octubre • 2020

Alejandro Sebastiani Verlezza

En una entrevista con Dulce Katz Gala Garrido trazó, acaso sin preverlo, su autorretrato, seguro que cambiante, indicativo de un estado y un proceso más amplio y complejo, donde conviven la inquietud por lo femenino, lo animal y la naturaleza. Le dijo entonces Gala a Katz: “Mi estética es kitsch, barroca, cursi, arrabalera, recargada y retro. Y así es un poco mi vida, no tanto mi personalidad que es más tranquila. Por ejemplo, sería feliz siendo una piedra del mar, con agua alrededor, en un lugar quieta”. Hoy, al recordarle estas palabras, agrega con serenidad: “ahora más que piedra, podría ser tal vez agua”.

Lo anterior evidencia que hay muchas formas de comprender el trabajo de Gala Garrido. Su acorde principal tiene que ver con la libertad. Mientras transmite la impresión de una serenidad misteriosa y cordial, suele deshilvanar entre carcajadas sus inquietudes. Sus tres gatos merodean. Federica y Anie la acompañan. Feliberto permanece en el recuerdo (murió un poco antes de empezar la pandemia). Ellos revelan un interés por el mundo animal que se hace evidente en los poemas de Gala: los sapos le cantan a la noche, los búhos son blancos y una bandada de ratones roen los cimientos de una casa onírica, aunque también podría estar aludiendo al país, a una puerta del cuerpo, a los pensamientos que van y vienen.

Su cuenta de Instagram hace evidente otro autorretrato y un manifiesto personal: “Leo y fotografío. Trabajo el erotismo y el poder desde lo femenino. Cotidianamente conspiro en @_laong”. En este complot personal está incluida su exploración con Las Bacantes. Ella, Gala, las busca y las recrea a partir de una investigación que se resuelve en inquietantes puestas en escena. Desparpajo, desnudos, sangre, la artista tuvo como punto de partida una cifra: en el año 2013 –recuerda– la cifra de mujeres que ingresaron a la morgue de Bello Monte duplicó la del año anterior. Una primera conclusión, sostiene, fue la siguiente: asesinaban a las mujeres por motivos pasionales. Pero mientras avanzaba su investigación vislumbró nuevos aspectos:

Descubrí que las mujeres estaban tomando otros roles, nuevos, posiciones de poder, dentro del círculo de la violencia. Fui a una cárcel de mujeres en Los Teques, seleccioné 13 casos de mujeres que se me presentaron como unas antiheroínas, poderosas, temibles, admirables, dentro de un tejido social mayormente machista. Así surgió la serie de Las Bacantes. Es una serie rara dentro de mi trabajo, me descontroló bastante, por todo lo que implicó emocionalmente el proceso de llevarla a cabo. Toda la investigación de base fue muy intensa. Es una de las pocas series donde exploro el poder desde esa violencia, la criminal. Estas mujeres, como decía, son unas “antiheroínas”, porque de alguna manera representan todo “lo malvado”, pero a mí me generaron una gran fascinación. Dentro de todo este mundo aberrado estas son unas mujeres en posiciones de poder en unos círculos que son muy masculinos. Era muy importante desmitificar a la mujer como víctima de la violencia, no porque no lo seamos, porque sí lo somos, pero en este caso se trataba de cómo mostrar esa visión de las mujeres que ejercen la violencia. Evité los crímenes pasionales, porque el otro cliché dentro de las visiones deformadas de lo femenino que hay en la sociedad actual es que las mujeres solamente podemos ser violentas por pasión, cuando se trata de pasión, cosa que me molesta bastante, porque supuestamente eso es lo único que nos mueve.

Sé que puede ser un poco oscura esta serie y me ha traído confrontaciones: tanto las feministas como los machistas me odian, porque no es un lugar cómodo para revindicar lo femenino, pero a lo femenino hay que abrazarlo desde todas sus aristas y siempre me ha parecido que las mujeres tenemos una forma de ejercer la violencia muchísimo más densa, y esto también es fascinante, aunque en mi caso particular he recibido violencia por parte de los hombres, muchísima, pero también con las mujeres me han pasado cosas muy duras. Esta serie fue una forma de exorcizar y darle salida a eso.

Pasé mucho tiempo investigando. Me gusta pensar que voy a llevando a los personajes femeninos hasta el esqueleto, hasta la última capa del arquetipo que está en mi poder ir desenterrando, antes de poderlo representar. Con Las Bacantes fue así. Aunque la parte más robusta de mis trabajos está en los diarios, esta vez tuve que salir a la calle. Las puestas en escena son lo más conocido de mi trabajo, me siento cómoda mostrándolo, porque son imágenes, el autorretrato, luego entra el cuerpo de las otras mujeres en la puesta en escena. Me di cuenta de que ellas me prestaban su cuerpo para encarnar eso otro que yo también podía representar cuando hacía el trabajo sola.

Es más cómodo para mí porque el juego teatral y de máscaras se hace evidente. En medio de ese juego nadie sabe nada con certeza: uno se muestra y se oculta. Ese juego de voces y máscaras que te da la puesta en escena es súper bello. La otra parte de mi trabajo tiene que ver con la intimidad, la cotidianidad, el paso del tiempo y el hastío. Es un registro que siempre ha ido de la mano con mis cuadernos y la escritura de mis diarios. A veces siento que las puestas en escena son la exteriorización de todo lo que lleva años en la intimidad de lo que voy escribiendo en el diario y de pronto sintetiza, en una sola imagen, digerida, el final de un ciclo y el inicio de otro. Pasó en la serie de Las Hetairas, hace un buen tiempo ya, aunque yo siempre me tardo entre 4 y 5 años para elaborar cada serie. No sé si funciona igual ahora, pero en ese momento era para mí como un ritual que hacía frente a las cámaras. Me sacrificaba yo, o esa parte de mí, para darle paso a otra Gala.

¿Sabes qué pasa? Siempre paso por unos ciclos extraños, a veces hay momentos que no son los más luminosos, ni bellos, ni agradables. Y ahora, mientras convivo más conmigo misma, he ido entendiendo que no voy a conseguir respuestas claras. El proceso de aceptar cómo soy–con mis ciclos, con más calma– cambia la manera de cómo vivo mis preguntas, lo que me lleva a no pelear con mi naturaleza y aceptar lo que no comprendo con más suavidad. Quizás la vulnerabilidad me va haciendo más fuerte. Así voy: lo que me va pidiendo la expresión lo voy haciendo. Un día escribir, otro fotografiar, otro preparar clases. Me muevo en círculos, por temas. Es importante para mí lo sensorial, lo subjetivo, percibir imágenes, secuencias, olores, asociaciones, redes. Siempre he sido así. Llevo varios cuadernos: unos son solo de escritura, los que uso todos los días; pero también tengo otros, de bocetos, con imágenes. Días atrás anoté este sueño:

Caminaba con Orfeo dentro de una gruta de piedras inmensas, húmedas. Casi no había luz, el piso estaba baboso y era difícil respirar. Conversábamos sin parar, nos reímos, yo le preguntaba muchas cosas que ya no recuerdo.
Finalmente nos sentamos a descansar, estábamos perdidos.
Me recosté como pude mientras él iba susurrando canciones, lo contemplé hasta desvanecerme totalmente en el sueño.

Desperté, eran las 3am, me tomé un vaso de agua, observé como mis gatos todavía respiraban, puse mis manos sobre sus vientres tibios.

Prendí la luz, miré fijamente las paredes blancas y las cortinas blancas, me puse una mano en el pecho, sentí que yo también todavía respiraba, apagué la luz y puse la cabeza sobre Filiberto, recordé al pobre Orfeo sólo en aquella gruta fría.

Mi mesa de noche es una locura: están juntos los comics de Harvey Pekar y Robert Crumb, El ardor de Roberto Calasso, Sueños de sueños & Los tres últimos días de Fernando Pessoa de Antonio Tabucchi, Eros de Anne Carson y Un apartamento en Urano de Paul Preciado. Ahora mismo estoy leyendo la poesía de Charles Simic y los Sonetos a Orfeo de Rilke. También he estado dedicada al cine de Aki Kaurismäki y Roy Andersson. Me gusta ver las filmografías para buscar los guiños –las obsesiones– de los autores. Creo que es una manera mía de conseguir sosiego: tal vez identificando sus preguntas, sus fetiches, sus temas sin respuesta, que son heridas –y hacen que me mueva de lugar– para transformarlas. El arte, a veces, tiene un poco ese proceso: si siento una gran conexión, genero un puente, un consuelo, me siento acompañada, menos sola. Cuando adoro a un autor y me siento muy conmovida lo estudio muy a fondo, muchas veces regreso mil veces a él, para ver cómo elaboran las reiteraciones, cómo perfeccionan en el tiempo las tantas aristas que van desenterrando, desanudando.

Yo digo que estos artistas son amigos imaginarios. Relacionarme con ellos, para mí, equivale a crear. Es el mismo acto, al menos yo lo siento así: que de alguna manera sus trabajos terminan entrando en mi lenguaje. Es que de pronto me los apropio –me los atraganto tanto– que se transforman en un pedazo de mí. Pasearme por sus mundos puede ser bastante similar a sentarme a escribir, o tomarme una foto. Es como ir hilando distintas relaciones con el mundo: llega un punto en que se borran las barreras entre el trabajo de “esos otros” y el mío. Siento a veces que es como un solo flujo que se retroalimenta. Así me relaciono con el trabajo de los autores que me han ido acompañando. Se genera un diálogo entre ellos y mi manera de relacionarme con el mundo, crear puentes con “esos otros”, entre sus reflexiones y las mías. Tal vez con este poema lo pueda expresar mejor:

Desperté pensado en
los azules y los dorados
de Fra Angelico.
Los rostros calmos,
la luz limpia,
Los detalles de las telas,
La naturaleza representada
con paciencia y detenimiento.

Fra Angelico era un fraile
de la orden dominica.
Nunca alzaba el pincel
sin rezar antes,
cuando pintaba
las lágrimas corrían por
su rostro constantemente.

Me da ternura
verlo en su estudio
pintando en absoluta
soledad y silencio.

Tal vez tenía una pequeña
ventana por donde entraba
la luz en las mañanas.
Y algunas noches
prendía velas para poder
seguir trabajando.

Giovanni,
no suena mal el claustro.
Ahora vas caminando
por los jardines del convento,
contemplando cada detalle
con absoluta devoción.

Caracas, octubre, 2020.

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