Gala Garrido sobre la ONG: “aquí se generan diálogos, encuentros muy bellos, asociaciones entre diversos discursos marginales, periféricos. No es un espacio para un solo tipo de pensamiento, ni una sola manera de hacer, o preocupación. La ONG es un proyecto que requiere muchísima energía, atención, creatividad. Me ha permitido hacer una cantidad de exploraciones, llevar adelante mi propio trabajo”.

Vidas de la ONG (II)

1 • septiembre • 2020
La ONG

Alejandro Sebastiani Verlezza

Los oficios, en la antigüedad, antes de la tecnología masificada, solían transmitirlos ciertas familias de generación en generación. En muchos casos, dado que se imponía como valor la manufactura, la pieza única y no la reproducción, para conocer el arte de fabricar una daga, o bien un instrumento musical, había que pertenecer a un linaje que se podía extender por varias generaciones, aunque también cabía la posibilidad de incorporarse al taller de algún maestro por la obra de la fortuna y las recomendaciones. Las obras, más que individuales, eran colectivas. Es el caso de las pinturas que se iban repujando en el trabajo conjunto entre el maestro y los estudiantes. La firma, más que personal, residía en la pertenencia a una escuela. Ahora mismo bastaría recordar el relato de Fabio Morábito –“Los Vetriciolli”– que se adentra en la historia de una familia de traductores. Un aire de estos tiempos ya muy remotos sobrevive en la actualidad, cuando van apareciendo las piezas que componen la historia de la ONG contada por Gala Garrido.

Cierto, se ha dicho muchas veces: es una escuela de fotografía, a la vez que espacio de resistencia cultural y abrevadero de los que sienten que no tienen dónde anclarse. Puede ser todo esto la ONG y mucho más, pero nunca un frío laboratorio, sí una caja de resonancias donde retumban los ecos de los tantos malestares que recorren al país. Para constatarlo bastaría con revisar los portafolios de Nelson Garrido, los de Gala y de los “oenegianos” –como ella los suele llamar– más conocidos en los últimos años, incluidos los que aún están en Venezuela y los que han creado extensiones de esta fecunda escuela en Buenos Aires, Madrid y Santiago de Chile, porque ya se sabe que el país –desde hace largos años– dejó de ser unidimensional –¡si es que alguna vez lo fue!– y está más que repartido por el mundo.

Gala habla al teléfono desde la Avenida María Teresa Toro de las Acacias –entre las calles Cuba y Centroamérica, donde está la sede principal de la ONG– y se cuela el estruendo de un megáfono: son los vendedores de la zona, en un día de mercado, por la mañana. Al rompe vocean los precios de las legumbres y las frutas, mientras Gala sigue haciendo evidente las tramas que sostienen más de diecisiete años de labores ininterrumpidas, lo cual es mucho decir en un país de instituciones volátiles, siempre ansiosas por refundarse, para permanecer idénticas a sus males, donde los proyectos no siempre perduran. Claro, las historias de las vocaciones más sólidas serán siempre la excepción:

Yo me mudé para la ONG un 4 de enero, cuando cumplí dieciocho años. Aquí tengo mi apartamento. Este espacio era el taller de mi papá. Nunca fue concebido como un lugar de residencia, pero terminé viviendo aquí, donde estoy actualmente y empezó mi vida independiente, de adulta, hasta el sol de hoy. Antes vivía en casa de mi mamá, Omnasis Lozada –que es arquitecto– en la Avenida Sucre de Los dos caminos.

He sido testigo y parte de cómo fue emergiendo la ONG: ahora que lo pienso –cuando ocurrieron todas estas situaciones que te contaba– yo era apenas una niña. Siento ahora que la ONG es un proceso: Ella y yo nos retroalimentamos, nos hemos ido transformando, hemos ido explorando etapas y creciendo juntas, así que mi camino tiene que ver con el de Ella y el de Ella conmigo. La ONG –a pesar de lo que exige, porque no es fácil de llevar– es un proyecto que requiere muchísima atención y creatividad.  Mucha de mi energía ha estado enfocada aquí. A su vez me ha permitido hacer una cantidad de exploraciones, llevar adelante mi propio trabajo. Mi experiencia de formación ha sido la ONG: soy bachiller, estudié un año en Prodiseño. Me he formado viendo a otros trabajar y escuchándolos, amablemente.

Recuerdo que empecé dando clases en el laboratorio. Era una clase complementaria al Básico 1. En ese momento era analógico, teníamos grupos de 30 personas. Hora y media iban 15 con mi papá, mientras los otros 15 estaban conmigo. Mi papá daba la parte teórica, corregía, proyectaba el carrusel con las diapositivas de las imágenes de los autores que él quería mostrar. La otra mitad, que estaba conmigo, aprendía a copiar, a revelar, a hacer contactos. Luego los grupos se intercambiaban.

Hace poco di un taller gratuito sobre lo queer. Hice una aproximación estética. Es un tema que está súper presente en mi investigación y en la red de artistas que siento cerca. Fue muy divertido armar ese taller: hicimos un levantamiento, una línea cronológica, aunque claro, no pude incluir todo lo que quería, pero fue un timeline de artistas queer, entendiéndolo no solo dentro del tema homosexual, sino como lo indefinido, lo libre. Desde allí hicimos una revisión de la historia de la fotografía: vimos qué autores pueden aplicar a esta noción.

Yo con estas clases gozo, porque son mis apreciaciones personales transformadas en un taller, siempre es un poco así. Antes di otro curso sobre la historia de la fotografía de moda. Lo hice con Diana Baldera, una amiga del alma –fotógrafa, también formada en la ONG– que siempre ha dictado aquí talleres sobre estos temas. También suelo dar otro taller, tiene que ver con la cotidianidad y el erotismo, pero tengo al menos 3 años que no lo ofrezco. Vamos a ver si este año me animo. O de repente el próximo.

Lo que más me da placer de las clases es generar cuestionamientos en los otros. Mi manera de acercarme a los estudiantes nunca es desde el conflicto, más bien está velada por mi propia subjetividad, pero eso nos pasa todos los que damos clases. El taller que toca la cotidianidad y el erotismo, por ejemplo, está basado en mis dos temas. Pero para mí, lo más importante no es decir qué hacer, sino acompañar las preguntas de los estudiantes, generar un mood, dar algunos “toques” que ayuden, activen ciertas inquietudes. Yo, con mis alumnos, soy muy horizontal: les hablo de cómo me relaciono con la imagen. Porque la imagen, el hecho de hacer imágenes, te obliga a mirar hacia adentro. Tal vez tenga que ver esta manera de enfocar la docencia con la mirada de la escuela, pero lo cierto es que se trata de generar procesos en los demás.

Como docente, mis temas son el erotismo, la cotidianidad, el autorretrato, la exploración de uno mismo como territorio físico, emocional, subjetivo, como otro, como varios otros que se van desglosando y viendo. Mi manera de enfocar los talleres está atravesada por la manera como yo me relaciono con la imagen: incentivo a mis alumnos a que ellos miren hacia adentro, que se hagan sus propias preguntas, que tengan la valentía –porque hay que tenerla– de mirarse, de enfrentarse y aceptar las heridas, los dolores, las sombras. La imagen se convierte en un método. El rol que yo juego allí es de acompañamiento: cada persona es distinta, lleva su proceso con una intensidad particular. Yo sencillamente estoy allí: acompaño, observo, los hago sentir un poco menos solos en sus procesos.

En la visión de la ONG no hay una sola manera de hacer las cosas y cada taller, con cada docente, lo hace desde su propia experiencia.  Los distintos docentes son experiencias: cada uno comparte su proceso: cómo ha sido, cuáles son sus obsesiones personales. Así son múltiples las maneras de trabajar con la imagen: nada anula –o niega– a lo otro. Y al final, escuchando y compartiendo experiencias, uno puede descubrir su propio lenguaje, su propio camino. Todos los talleres de mi papá, por ejemplo, están enfocados en su propio proceso de trabajo. La puesta en escena y la fotografía editorial, por ejemplo, vienen a partir de su trabajo como artista. Y dentro de su mundo profesional también es así: pasa con el taller de fotografía antropológica, él lo da a partir de su experiencia de cuarenta años en el tema. Entonces él expone la manera como trabaja.

Así como te doy los ejemplos de mi papá, se aplica también a los profesores invitados. Ellos tienen ese mismo feeling: que cada quien habla de su propia experiencia. Por ejemplo: hace poco tuvimos un taller con Juan Toro sobre la fotografía objetual. Es toda su investigación, autores, referencias, etcétera, pero la manera como llega Juan al tema es a través de su propia obra. Otro ejemplo reciente: un taller que se llama Futuros posibles, con Mafe Izaguirre. Ella, enmarcada dentro de la filosofía del posthumanismo, trabaja construyendo robots, máquinas sensibles. Y así acabamos de dar un taller muy bello que viene desde la investigación con su obra.

Agosto-septiembre, 2020. 

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