La inclinación por el documentalismo y el archivo –en tanto línea de trabajo que ha sido provechosa tanto para artistas como para investigadores– conduce muchas de las experiencias que Juan Toro ha llevado adelante. Ocurre con el título más reciente del fotógrafo editado este año por La Cueva: Búnker.

Huellas y procesos

1 • julio • 2020

Alejandro Sebastiani Verlezza

A partir de la fotografía Juan Toro produce archivos y colecciones que le permiten acercarse a un tema. De esta forma el también comunicador social recrea contextos, explora metáforas relacionadas con las mil y un dificultades de la situación actual venezolana. En Búnker hay una particularidad adicional: el diálogo creativo con la periodista María Isoliett Iglesias. Ambos deciden profundizar más allá de los formatos restringidos –tiempos de entrega, temas marcados por líneas editoriales– que suelen tener las pautas en los medios de comunicación. Logran así un resultado distinto, pues no se trata del ejercicio periodístico “en caliente” (investigar, ir a los hechos, escribir, editar, casi siempre de la mañana para la tarde).

Iglesias –actualmente residenciada en Chile, pero con experiencia en la fuente de sucesos en El Universal– asoma en un correo electrónico las primeras pistas de este diálogo: “Juan y yo comenzamos a trabajar el tema de la violencia criminal. En ese momento nos convertimos en grandes partners. Juntos llevamos adelante no solo trabajos como el texto que está en Búnker, sino muchos otros. Además, hicimos una suerte de pacto: cuando uno de los dos hiciera un trabajo donde el otro no estuviera directamente involucrado, igual lo involucraría. Así nace mi texto en Búnker”.

Para apreciar cómo puede ser recreada la desolación que Toro hace evidente en las fotografías de Búnker –el primer título de la nueva colección de La Cueva: ParaVerteMejor:– vale la pena repasar la técnica periodística empleada por Iglesias: trabaja con testimonios, los alterna con datos cotejados en diversas fuentes, contrasta criterios con especialistas. Desde este encuadre es posible acercarse a la experiencia de Joao Dos Santos Correia, secuestrado por encargo desde el 16 de julio del 2012 hasta junio del año siguiente. El propósito: involucrar al lector –sostiene la periodista– “en el problema que se vive en Venezuela. Cuando hay alguien que cuenta a viva voz lo que le ha ocurrido, cuando hay un nombre, un apellido, una historia, el lector se mete en el relato y puede tomar conciencia de que también le puede pasar”.

Toro, Iglesias, entonces, al estar vinculados con la misma fuente, pero sin estar atados a las prisas de las entregas inmediatas, tienen la posibilidad de buscar en la historia de un secuestro otra mirada (más reflexiva). Mientras Toro retrata el terreno baldío que alojó al secuestrado, Iglesias contextualiza las “ausencias” dentro del convulso panorama venezolano. Sobre esta dinámica de trabajo, Iglesias –host de tv, autora de la novela Me tiraste la hembra pa’l piso y la colección de crónicas Y nos comimos la luz (ambas con Ediciones B)– reflexiona: “el fotógrafo y el periodista son un equipo. Yo busco la historia, el fotógrafo busca inmortalizar ese pedazo de historia en una foto. Creo que un texto se vuelve importante gracias a la foto, porque le da credibilidad, acerca a las personas, las mete en el hecho; y el texto ayuda, y viceversa”. De esta forma –para decirlo con una expresión usual en el Toro– se construye un imaginario. Tiene ahora la palabra el fotógrafo.

ASV: Ahora cuéntame, Juan, sobre la creación de Búnker, tu trabajo con Iglesias, el curso de tus series relacionadas con la violencia.

JT: Las series relacionadas con el tema de la violencia comienzan a tener sentido desde finales del 2008. Con una gran amiga, Maria Isoliett Iglesias, en algún momento nos planteamos un tema para trabajarlo juntos. Le decía entonces que me sorprendía mucho la cantidad de gente que hace cosas insólitas para vivir. Tal vez podía ser interesante irnos por allí, aunque todos esos temas luego se decantaron. Yo la escuchaba siempre hablar de la violencia, de situaciones que pasaban alrededor de su trabajo. Entonces le pregunté si era posible ir a sus guardias. Y así ocurrió. El 25 de diciembre del 2008 fue mi primer acercamiento a la violencia, no como ciudadano, sino como fotógrafo.

ASV: A partir de tu acercamiento a la violencia, me decías, comienzas a crear series. Muchas formaron parte de tu primera exposición en la Organización Nelson Garrido (ONG): Nadie se atreva a llorar, dejen que ría el silencio… (2013).

JT: Se trata de un grupo de imágenes muy directas de todo lo que iba pasando en la calle. Esa primera exposición fue un gran aprendizaje. Esas imágenes fueron aceptadas en PhotoEspaña. Efectivamente impactaban, pero las personas no podían verlas por mucho tiempo de frente. Volteaban la cara. Entonces aparece la idea de repensar el formato de las imágenes. A lo mejor había que presentarlas en otro formato, más pequeñas, lo cual podía permitir que la gente se acercara. Laura Terré, por ejemplo, fue una de las que me lo sugirió.

ASV: Estás considerando los formatos más favorables para presentar tu trabajo. En tu caso bien puede decirse que es un momento del proceso creativo tan importante como el de hacer las imágenes.

JT: Y se van introduciendo formas de ver, más allá de tomar la fotografía. Para mí la fotografía es posiblemente más un medio, no un fin necesariamente. Me interesan los aspectos que están alrededor de la fotografía: los procesos para llegar a las imágenes, los archivos que voy construyendo. Soy un recolector de cosas. Después las voy organizando para darles un sentido. Esta reflexión la venía haciendo, pero de manera inconsciente. Fue en el 2014, si mal no recuerdo, cuando en una exposición del MACZUL, Víctor Fuenmayor, me dijo: “ahora puedo entender algunas cosas: para entender la violencia hay que organizarla”. Y esa organización él la veía en las paredes del museo. Se refería a la serie “Fragmentos”, basada en los deshechos, lo que quedó de las protestas del 2014.

ASV: ¿Aquí, en este punto, empiezas a ver tu trabajo de otra forma? ¿Es así?

JT: Por allí empezaron a surgir una cantidad de cosas que hoy para mí han ido germinando, lo que yo llamó “procesos”. Los voy organizando, cuáles son los criterios, por qué de esta manera y no de otra, así empiezan a surgir decisiones, palabras que para mí son importantes, relacionadas con cada hecho. Por ejemplo: pienso que los eventos del 2017 se han tratado de llevar lo más rápido posible al olvido, porque son difíciles de asumir tanto como para un lado como para el otro.

ASV: Describe un poco más esta forma de trabajo.

JT: Empiezo a trabajar esos hechos desde la borradura: borrarlos para traerlos de nuevo a la memoria, como una forma de realizar un proyecto. Me empiezan a interesar los procesos, me empiezan a influenciar no solo los fotógrafos, sino las personas que han roto, han fraccionado los límites que te da el formato de la fotografía y han empezando a trabajar pensando de otra forma. Nelson Garrido siempre dice –y hoy lo entiendo– que un fotógrafo debe dejar de pensar en fotografías para pensar en imágenes. Creo que allí, en esa pequeña frase, se abre un gran mundo de posibilidades.

ASV: Dime cuáles serían esas referencias que son importantes para ti a la hora de poner en tensión los límites de la fotografía.

JT: Me empieza a interesar Teresa Margolles, una fotógrafa mexicana que empieza a tocar temas que me son afines, pero lo hace desde un punto de vista totalmente distinto. También me interesa el trabajo de artistas como Doris Salcedo. Ella tiene una relación con el tema escultórico. Dentro de su propio proceso empieza a representar la violencia de una manera totalmente distinta. Me empiezan a interesar otro tipo de procesos, ver cómo los puedo llevar a mi propio trabajo. Ahí estoy en este momento. También he ido involucrando dentro de mis procesos a Félix Suazo, Gerardo Zavarce, Alberto Asprino, Johanna Pérez Daza, Wilson Prada, Elizabeth Marín. Les hago preguntas.

ASV: ¿Por qué? ¿Qué buscas?

JT: Pienso que la fotografía no es un hecho tan individual, lo realmente solitario está en las decisiones finales, en el momento de hacer la toma y decir “esto es lo que yo quiero hacer”. Pero la fotografía también puede ser una especie de trabajo colectivo, van generándose una diversidad de discusiones que terminan enriqueciendo tu propio trabajo. Agregaría al grupo anterior a  Salvatore Elefante. Él ha tenido una relación importante en el país, a través de Roberto Mata. Salvatore ha introducido dentro de mi propio trabajo reflexiones, la necesidad de leer textos sobre teoría fotográfica y filosofía de la imagen. Elefante –al igual que Marín– me han propuesto la lectura de autores que van más allá del hecho fotográfico. Ahora estoy en esa construcción: una forma de pensar y acercarme a la fotografía muy distinta a la del fotógrafo que siempre busca generar solamente una gran fotografía. Para mí es importante ir construyendo un imaginario que genere discusiones, reflexiones sobre nuestras propias realidades. Ahí entra la construcción de grandes archivos: ver cómo se organizan para llegar a lo que quiero decir.

ASV: Cuéntame sobre tu forma de trabajar con el archivo.

JT: La forma de generar archivos fue ocurriendo por la manera en que yo iba dividiendo mi propio trabajo. Iba trabajando el tema de la violencia y generando caminos que generaban nuevas formas de verla.

ASV: Más allá de la evidente inquietud ciudadana, ¿por qué te interesa trazar relaciones con la violencia? Muchas veces, en el contexto de la fotografía que ahora se está haciendo, no pocas veces pareciera ocurrir un repliegue hacia la intimidad, los espacios cerrados. No es tu caso.

JT: La violencia nos atraviesa. Está inmersa en nuestra cotidianidad. En la forma como hablamos, nos movemos, siempre puede hacerse visible. En Usier, la última publicación que hice con Douglas Monroy, por ejemplo, se generó un hecho interesante: Gerardo Zavarce vio uno de mis fotos: la de las sillas solas*. Me dijo: “no hay nada más violento que la ruptura de un espacio donde las personas que han convivido por más de cuarenta años se convierten en familia y de la noche a la mañana ya no pueden seguir siéndolo”. Se refería a esos espacios donde se vivía, donde nacieron amistades, donde se comía, se hablaba y se trabajaba. Se rompieron. Tanto es así que la última foto de Usier es un letrero que ponen las obreras en su último día de trabajo. Dice: “obreras destrozadas”.

ASV: La violencia, según lo que me dices, no siempre está literalizada, no siempre es manifiesta, hay un momento previo a su aparición más brutal y no necesariamente tienes que estar presente; pero luego, ahí sí, entras tú a ver, registrar, releer.

JT: Hoy puedo decir que no hay que acercarse a la violencia de forma directa. Cuando lo haces de esa manera, la gente tiende a voltear la cara. No le gusta. Pero cuando tú echas un paso atrás, no para alejarte del problema, sino para verlo desde una perspectiva distinta, vas a encontrar otros caminos que te van a llevar a hablar del tema. Así empiezas a generar un diálogo entre la violencia y el hecho social. Eso es a lo que uno aspira. En muchas ocasiones se consigue, en otras no es tan frecuente. Siempre hay que seguir intentándolo. Uno lo que está haciendo es dejar un registro, señales del tiempo que le tocó vivir. Si serán leídas esas señales en el tiempo no tengo la certeza de eso, pero si pudieras leer Memorias de un venezolano de la decadencia te darías cuenta de que muchas de las cosas que dijo Pocaterra las estamos viviendo, otra vez, hoy.

ASV: Volvamos a las circunstancias que te llevaron a Búnker.

JT: Fueron sorpresivas las cosas que pasaron. Cuando tú hablas con los policías involucrados en el rescate del señor Joao, descubres situaciones que podrían ser impensables, pero ocurren. Cuando ellos lo rescatan le dicen: “bienvenido a la libertad”. El señor Joao se asoma tras las rejas y dice: “no, yo no creo nada”. Y se vuelve a sentar en el catre. Uno de los policías me dijo: “tengo más de once meses buscando a este señor, le he dedicado más tiempo que a mi propia familia”.

ASV: Cuando fuiste al lugar, ¿qué te sorprendió?

JT: Ese día recuerdo que estaba con Fernández Sánchez, un fotógrafo con larga experiencia en el periodismo. Entonces comencé a “trabajar ese espacio” desde los detalles, la cotidianidad de las personas que cuidaban al secuestrado, su secuestrado. Una baldosa te llevaba a una escalera que te sumergía dos metros bajo tierra. Cuando estuve en el sitio cerré la puerta, me senté en el catre donde estuvo el señor Joao y me quedé allí unos cinco, diez minutos. Te digo que fue el espacio donde creo que he sentido mayor terror. Nunca había estado en una situación similar. Por eso yo empiezo a ir a las pautas de Isoliett. Tenía que involucrarme para entender la violencia, o tratar de entenderla, que es una cosa importante. Ella conocía el caso del señor Joao. Al ver las imágenes hizo la conexión con el texto que ahora acompaña a Búnker.

ASV: Hecho este repaso por varios momentos de tu trabajo, ¿por dónde van ahora tus búsquedas?

JT: Sigo generando archivos. Usier empezó en 2014. Diría que no está terminado. De hecho: el libro es un paso más dentro de ese proceso. Hay muchos elementos que he ido guardando, pero todavía no he encontrado la manera de hacerlos públicos. A medida que hacía el libro, él me pedía cosas. Para mí lo importante fueron las fotos de las sillas vacías, los retratos en ausencia de las personas que ya no están. Douglas Monroy se dio cuenta de que alrededor de las sillas había una cantidad de imágenes que podían funcionar como una historia. Pero esa historia todavía tenía espacios en blanco, porque nunca había sido pensada de esa manera. Entonces comencé a volver a la fábrica. Dentro de los escombros encontré elementos que podía ir agregando a ese discurso. Usier ha despertado inquietudes relacionadas con el sector laboral.

ASV: ¿Por ejemplo?

JT: Gerardo trabaja con una persona que da clases en el IESA, Fabiola García Contreras. Cuando hablaban de una problemática en el mundo de las empresas, mostraron esa silla y comenzó a tener otro sentido: el de una imagen que está detrás de los números del desempleo. Empezó a surgir una nueva visión que hacía posible sacar el libro del contexto fotográfico y llevarlo a lugares que tienen que ver con las realidades de ese sector.

Mayo-Junio, 2020:

*Nota: Para contextualizar la referencia que Toro hace a Usier vale la pena repasar tres reflexiones: la primera, en el blog de la fotógrafa Inger Pedreáñez: http://ingerpedreanez.blogspot.com/2015/10/la-sutil-violencia-de-una-silla.html; la segunda, de Ana Teresa Torres, en el Papel Literario: https://www.elnacional.com/papel-literario/acerca-del-arte-de-coser/; y la tercera, de Johanna Pérez Daza, disponible en Archivo Fotografía Urbana: http://fotourbana.org/johanna-perez-daza/apuntes-sobre-el-fotolibro-usier-de-juan-toro-diez-cuando-el-vacio-se-vuelve-imagen/.

 

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