La Cueva ha editado a Joaquín Cortés, Ricardo Armas, Antolín Sánchez, Nelson Garrido y Paolo Gasparini. El año pasado, además, publicó una obra de Juan Toro, la primera de un nuevo proyecto editorial, ParaVerteMejor, concebido para darle una mayor presencia a los portafolios de los nuevos fotógrafos en América Latina. La idea fue gestada por Diana Vilera Díaz en el Máster de Dirección de Proyectos Culturales de Fundación Contemporánea (La Fábrica, Madrid).

La circulación de las imágenes

3 • mayo • 2021

Alejandro Sebastiani Verlezza

Roland Barthes, en La cámara lúcida, hace notar que la fotografía es un “arte poco seguro”. Llama la atención lo que entraña este curioso y tal vez paradójico apunte, capaz de generar nuevas preguntas, todas estimulantes. Es “poco seguro”, entonces, el oficio que desde su invención contribuyó al registro, la normalización, la creación y hasta la alteración de las identidades.

Desde la criminología, las ciencias médicas, los sistemas carcelarios, hasta el cine, las artes visuales, el más inocente retrato de familia y los millones de imágenes que a diario circulan por las redes sociales –autorretratos, publicidades, desnudos, paisajes, montajes, ficciones, afiches, avisos, fakes– los que emplean esta modalidad expresiva –particularmente los fotógrafos y artistas– “saben” que está la garantía del registro y el orden posible del archivo, pero también la posibilidad de abrir espacios para la ilusión de las superposiciones calidoscópicas y la experimentación.

Seguro que hoy Barthes ampliaría su afirmación: además de “poco seguro”, diría que es móvil y metamórfico, porque una fotografía puede dar cuenta de hechos muy concretos y al mismo tiempo –bajo ciertos procedimientos técnicos– convertirse en una imagen con mil y un posibilidades y contextos de aparición.

Entonces, si se trata de que la cámara lance “luces” sobre la realidad, su “falta” de seguridad al mismo tiempo es una potencia, propia de la capacidad de fascinarse y andar por los caminos más personales y fértiles. Esta seguridad relativa, la de apresar el instante de lo que ha sido y dar con el famoso punctum abre el espacio para las más diversas hipótesis.

Hago estos primeros apuntes para buscar una puerta de entrada a la obra de Ricardo Armas. Es un fotógrafo, por su vocación docente, tomado por la necesidad de reflexionar sobre lo que hace. Pero más que una mera especulación sin rumbo, lo suyo tiene que ver con un conocimiento muy personal que surge del propio oficio. Su arte fotográfico está tocado en buena medida por la movilidad, más aún de tomar en cuenta la considerable extensión de sus archivos, los analógicos y ahora los digitales.

A veces, incluso, sus fotografías se suelen apoyar en avisos y letreros publicitarios: muchos de ellos, integrados en el contexto de la imagen, adquieren una gracia particular y así pueden convertirse en pequeñas anotaciones, reflexiones, tal vez recordatorios y “avisos” que están simplemente circulando por los espacios que el autor ha recorrido. No sería difícil, con un tanto de investigación, rastrear en su obra toda una serie sobre esta vertiente: en un primer momento su signo pareciera ser espontáneo, como si diera con la imagen mientras va caminando, pero bien podría ser una lúdica coartada lúdica creada por el autor.

Algunas pistas de este rasgo noto que aparecen en el fotobosillo que La Cueva le editó a Armas. Habría que reparar –apenas un ejemplo– en una fotografía de la Carretera Panamericana: en el centro, un árbol, aparece el siguiente cartel clavado: “MECA-NICO”.

Aquí, entonces, uno de los tantos signos que recorren a esta obra lúcida y movilísima: las palabras –a veces fragmentos, letras, nombres específicos, marcas– entran y salen de sus fotografías, como señales o flechas que se integran al “discurso fotográfico”. De hecho, en la cuenta de Instagram del autor es posible ver cómo eventualmente incursiona en versiones múltiples de este procedimiento. Con algo de suspicacia curatorial, podría convertirse en una exposición más del autor.

Una fotografía subida el 14 de septiembre del 2018 retrata un cartel de www.brainacademy.nyc con dos flechas: una señala en dirección a la palabra “Meditation” y la otra a “No meditation”. En la leyenda Armas coloca el siguiente texto: “La duda”.

A propósito de esta inquietud que me ronda al revisitar el trabajo de Armas, rescato dos pasajes de una larga entrevista del año 2018 con el autor. Al preguntarle sobre el uso habitual de Instagram como herramienta de trabajo, hizo esta reflexión:

Uso Instagram todos los días como una herramienta para editar lo que veo a diario y poder analizarlo como conjunto. Como dices, es un espacio para experimentar “libremente”. Los temas son variados y siempre ha sido así. Instagram retrata mi manera de trabajar recolectando imágenes. Por primera vez se nos permite a los fotógrafos mostrar el grueso de lo que se recauda. En mi página de Instagram hay más de 4.000 fotos.

Hoy en día la fotografía se comparte en tiempo real con un público que está habituado a ver imágenes. El hecho de que el teléfono tenga una cámara sofisticada ha ayudado a darle a la fotografía un espacio que antes no existía, donde el público puede darte una opinión o apenas un “Like”. Instagram es una plataforma ideal para un fotógrafo que viene del misterio de la película que había que revelar y ampliar en un laboratorio para después guardarla en unas cajas que solo él conocía. Uso la plataforma como una forma de editar lo que veo a diario y me recuerda a las hojas de contacto del pasado. Me obligo a editar antes de “postear” para darle un hilo conductor a lo que yo creo que es un discurso más dinámico que en el pasado, donde presto atención a las respuestas de mi público. Muchas veces me sorprende que las fotos que menos me gustan son las que más gustan. Al final sé que la última opinión la tengo yo, quien sabe con certeza el camino transcurrido o el propósito.

Cuando conocí el trabajo de Manuel Álvarez Bravo me di cuenta de que él le daba títulos a sus imágenes, cuando yo solamente proveía el sitio y la fecha. Eso no lo consideraba yo necesario entonces, aunque siempre reconocí que le daba otro nivel a la imagen, uno más sofisticado. Hoy, con Instagram, entiendo mejor su propuesta y su propósito: darle a la imagen otra estatura, donde la imagen y la palabra cohabitan, y se completan. En el libro de La Cueva aplico esta estrategia, le pongo títulos (o números) a las imágenes.

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